Jorge Rivas Rodríguez
A pesar de los tabúes que aún persisten —sobre todo en los medios y las redes sociales— en torno a la fotografía de desnudo artístico, muchas personas se sienten atraídas por la belleza y peculiaridad de la geografía del cuerpo humano, cuyas disímiles expresividades son captadas a través del lente con ingenio y creatividad, para constituir composiciones en las que la representación estética deviene principal desafío para los artífices que optan por incursionar en este género.
Entre esos reconocidos —y escasamente promovidos— creadores de imágenes que incitan a explorar las arquitecturas humanas sin vestimentas, a través de la recreación de las líneas rectas y curvas, así como de las texturas y volúmenes que las conforman, desde una visión artística, se encuentra Izuky Pérez Hernández (Banes, Holguín, 12 de septiembre de1982), quien además de ganar palmas con sus series de fotografías urbanas y retratos, pone a consideración del observador sus proyectos, mediante los cuales no solo pretende crear nexos comunicacionales con el mundo que lo rodea, sino, además, con la naturaleza y la vida misma.
Para trasmitir esas emociones, este artífice prefiere tomar como modelos de sus trabajos a las féminas jóvenes, cuya frescura y lozanía —susceptibles de ser convertidas en arte con poderoso atractivo visual— pueden asimismo trasmitir virginidad, inocencia, pureza y cubanidad, esta última expresada mediante modelos exponentes de la diversidad racial que nos caracteriza. Se trata de composiciones que, aunque en algunos casos inevitablemente poseen marcado erotismo y sensualidad, rehúyen el tratamiento de las morfologías carnales como objeto de deseo sexual; apartándose de proyectos fetichistas y “comercializables”, para centrarse en el lenguaje de la seducción estética y a través de este tratar de romper el tabú que este tipo de imágenes aún provoca en distintas zonas de la sociedad. En ese sentido, este artífice conoce los “límites” y maneja con cuidado sus tesis.
Admirador de los grandes maestros cubanos de la fotografía que se han destacado en este género, como Joaquín Blez y Korda; Izuky se vale del cuerpo humano (también de algunos desnudos masculinos), al captarlo desde diferentes ángulos: desnudos totales o fragmentados; para, en última instancia, trasmitir sus inquietudes y preferencias estéticas. Miradas muy personales, enriquecidas con sus experiencias y su forma de percibir el cosmos que lo rodea; de ahí que cada imagen suya intenta mostrar la (su) contemporaneidad, a la vez que se representa a sí mismo, con sus inquietudes y conmociones más íntimas.
En concordancia con esto último, la reconocida periodista y socióloga Leire Etxazarra (Bilbao, 1976), extraordinaria apasionada e investigadora de la fotografía, en su blog Cartier-Bresson no es un reloj apunta: “por muy disparatado que pueda parecernos aquello que los demás ven en nuestras fotos, su lectura, su reacción y las proyecciones que hacen en ella enriquecen la propia obra, pero también, y esto es importante, el propio acto creativo del fotógrafo”.
Esta misma creadora cita en su página web: “’La fotografía es una forma de gritar lo que uno siente’, decía Henri Cartier-Bresson; Minor White aseguraba que ‘todas las fotografías son autorretratos’ y otro maestro, Richard Avedon, confesaba sin tapujos ‘mis retratos dicen más de mí que de la gente a la que fotografío’”. Tales reflexiones igualmente sobresalen en las instantáneas de Izuky, quien mediante una organización armónica de las formas (torsos, extremidades, pelvis…), así como de las luces, el enfoque y los ángulos; amén de las propias expresividades físicas y las poses de los cuerpos, concibe disímiles discursos estéticos, algunos de estos con carga conceptual. Son obras que muestran mucho más que una figura desnuda, ya que sus proyectos constituyen disertaciones anatómicas, en busca de la perfección natural y la espiritualidad.
Sus fotografías de desnudos, de un solo vistazo, atrapan al observador que luego de distinguir algunas esencias eróticas (como es lógico, siempre expresas de algún modo en este tipo de obras), las disfruta y, según su universo cognoscitivo, las interpreta a su manera e, incluso, en su imaginación tal vez trate de “vestir” los sensuales cuerpos de las modelos, las cuales, por otra parte, colaboran con el artista a través de ejercicios profesionales que contribuyen a conformar las tesis de cada trabajo.
Cada proyecto suyo es un reto, una compleja búsqueda e interrelación entre la realidad y la ficción, entre el arte y la existencia del hombre, reflejados a través del rico entramado corporal, de su esencia; empeño en el que en sus composiciones adjudica un papel preponderante a la iluminación, aprovechando al máximo las posibilidades que esta le ofrece, desde luces suaves o fuertes, directamente dirigidas a los maniquíes o a los fragmentos de sus estructuras física y material que él desea tomar como centro narrativo. Luces y sombras que magistralmente también emplea en los fondos, algunos de los cuales están trabajados en colores generalmente fríos para resaltar la fuerza expresiva de las figuras, entre las que escudriña formas que pueden sugerir diferentes emociones: dulzura, valentía, paz, inquietud, misterio, alegría, miedo, tristeza…; todo depende de la historia que cada cual construya en su mente.
En ese juego con los receptores de sus trabajos Pérez Hernández aprovecha igualmente el uso de diferentes vestuarios, joyas y artilugios, como las sogas gruesas que se entrecruzan en las muchachas para sugerir plasticidades y sentimientos diversos; unas veces entrelazando cuerpos o sirviendo de sostén a una danzarina o acróbata que se extiende por el espacio; como también se aprecia en las figuras que narran ficciones desde distintos pedestales, algunas de estas en sugerentes representaciones escultóricas. Entre estas últimas llama la atención su interpretación libre de la monumental escultura Piedad del Vaticano o Pietà, realizada por Miguel Ángel entre 1498 y 1499.
Otros trabajos excelentemente concebidos recrean bailarinas, desnudas o parcialmente vestidas, subrayando sus atuendos dentro del discurso artístico; mientras que en otros el foco de atención se ubica en los largos cabellos desplegados al viento o en la exaltación de los volúmenes femeninos, algunos de los cuales asemejan creaciones moldeadas con fina arcilla, para enfatizar curvas, poros, líneas…; en tanto las imágenes que exhiben joyas de exquisita factura, logran una encantadora fusión entre la belleza de estas y la de sus jóvenes portadoras, simbiosis de dos diversas maneras de hacer arte, que además permite la reflexión humanística, enriquecida, ante todo, por un equilibrio visual que asimismo prevalece en todos sus proyectos.
Este artista igualmente explora el desnudo en espacios exteriores, entre los que son admirables sus propuestas en sitios emblemáticos, como los castillos del Morro y la Cabaña y el Paseo del Prado, en La Habana; y la célebre Lomas de la Cruz, en Holguín; en los que acentúa las proporciones entre la arquitectura colonial y citadina con los discursos visuales que trasmiten las féminas. Vale mencionar, además, ciertas obras más “atrevidas” que aluden a marinas, así como las que con elegancia portan suntuosos atuendos.
Cuerpos impregnados de luminosos colores fríos, cálidos y neutros, aunque también incursiona en las fotos en blanco y negro, en las que las luces, las sombras y los contrastes asumen notable protagonismo; ejercicio que de alguna manera evoca sus inicios en la práctica de este género, y que entonces asumía “para evitar un poco el morbo que provoca el color de la piel desnuda, aunque ya con los años prefiero casi siempre el color; aunque sigo experimentando nuevas formas de pintar con luces los paisajes de la piel”, subrayó.
Izuky, quien “prácticamente por casualidad” hace unos 15 años comenzó a introducirse en este modo de expresión fotográfica, tomó como referentes en su formación a connotados maestros de Europa, como Ruslan Lobanov, de Rusia; Waclaw Wantuch, de Polonía; Helmut Newton, de Alemania; Marc Lagrange, de Bélgica; y Jreanloup-Sieff, de Francia; y el checo Jan Saudek; así como el japonés Nobuyoshi Araki y el estadounidense Spencer Tunick, entre otros. A través del estudio de las maneras de representar el cuerpo por cada uno de estos autores, consolidó —experiencias personales aparte— un estilo propio reconocido y laureado en importantes certámenes internacionales sobre este género.
Como en el resto de sus producciones artísticas el inquieto fotógrafo banense radicado en La Habana desde hace dos décadas, se vale del empleo de diferentes técnicas en los revelados como Adobe Lightroom y Adobe Photoshop, respectivamente, además del uso adecuado de las paletas de color y los filtros; aunque sus trabajos, en general, poseen poca edición, de ahí otro significativo valor de sus proyectos. Para él ha sido un camino difícil, en el que ha tenido que enfrentar “incomprensiones y obstáculos, propios de una sociedad cerrada, aún encapsulada dentro de las clásicas maneras de hacer fotografías”.
Antes de emprender sus proyectos, Izuky conforma el escenario (telones de fondos, luminarias, plataformas móviles…) en concordancia con el tipo de fotografía que quiere lograr, para lo cual alista sus cámaras con sus correspondientes accesorios, así como los atributos o vestimentas de los modelos, lo que le proporciona a estos y a él un clima de seguridad y confianza del que surgen valiosas y bien pensadas instantáneas, muchas de las cuales se caracterizan por la irradiación de movimientos en los que se combinan líneas y curvas del cuerpo humano, en armoniosas composiciones exuberantes de sensualidad y elegancia.
El desnudo, uno de los géneros fotográficos más practicados hoy en todo el mundo, ha sido un tema preponderante desde la originaria aproximación a éste por el francés Louis Jacques Mandé Daguerre (1787-1851), quien en 1839 dio a conocer su entones polémica obra titulada Naturaleza muerta con esculturas; y también se le atribuye el hecho de haber sido el primer fotógrafo que solicitó a hombres y mujeres que se quitaran la ropa para ser perpetuados sobre papel. Durante más de un siglo de severas críticas, tabúes e intolerancia hacia este tipo de imagen, defendida por emblemáticos creadores del lente en casi todo el mundo, finalmente fue reconocida como un modo de expresión dentro del variopinto universo de las bellas artes. En la contemporaneidad de las artes visuales en Cuba, Izuky es uno de sus más prestigiosos exponentes.